Sobre los síntomas…

Ante una situación adversa suelen aparecer una serie de síntomas que actúan como señal de alarma de que algo en nosotras no acaba de funcionar: malestar físico, dolor de cabeza, dificultad para dormir, ganas de llorar, bloqueo mental… Hay síntomas de todo tipo. Si tenemos la capacidad de identificar nuestro estado emocional, validarlo y gestionarlo, será algo más fácil sobrellevar dicha situación y poder mejorar. De lo contrario, si no atendemos a estos síntomas, no paramos a dedicamos tiempo,  es probable que vayan cogiendo fuerza instalándose en nosotras, creando mayor malestar.

Frecuentemente, es «gracias» a estos síntomas que muchas personas deciden iniciar un proceso psicoterapéutico. Y a pesar de la necesidad de reducir y eliminar los síntomas que tanto sufrimiento pueden acarrear, sabemos que es necesario realizar un trabajo en la gestión emocional: psicoeducación sobre las emociones, sus funciones y su gestión. Consideramos esto muy importante ya que cada emoción tiene una misión: la de informar qué nos pasa y para qué nos pasa.

 Las emociones básicas

La rabia nos informa de que percibimos o que vivimos una situación como injusta, y aparece para que intentemos buscar justicia conectando con nuestra dignidad. Si solo nos quedamos con la identificación de la emoción, puede sernos difícil gestionar este enfado. Después de permitirnos expresar la rabia a nuestra manera (llorando, gritando, hablando aceleradamente…) debemos pensar «¿Y ahora qué límites necesito poner en esta situación que me resulta injusta?».

La alegría,  que es la emoción más valorada (y más impuesta) nos informa de que algo nos da bienestar, placer. Aparece con el objetivo de que repitamos esa conducta/situación y lleguemos a nuestras metas. En el caso de la alegría, lo mejor es celebrarla y compartirla ¿Cómo? De la manera que nos pida nuestro cuerpo (Saltando, cantando, bailando, hablando, riendo) y nuestra mente (quedando con alguien, haciendo pequeños rituales, agradeciendo…)

El miedo es otra emoción que frecuentemente aparece en consulta y la que más sentimos en nuestro día a día. En este caso, el miedo se siente ante una posible amenaza ya sea física (que alguien me dañe) o psicológica (que se rían de mi), tanto real como improbable. El miedo nos ayuda a protegernos y sobrevivir, pero solemos identificarlo muy poco (y confundirlo con la rabia muchas veces) y necesitamos saber qué nos proporciona calma o seguridad. 

Por último, la tristeza surge ante una pérdida.  Nos hace parar, conectar con nosotras, escuchar nuestros pensamientos y preocupaciones, para finalmente, dar espacio a una nueva etapa. Además, esta emoción tiene una función relacional: necesitamos que otras personas nos presten su ayuda, su comprensión y apoyo.

Por todo ello, día a día seguimos insistiendo en la importancia de incidir en el trabajo emocional, recordando a cada persona a quién acompañamos la importancia de escucharse, reconocer y permitirse sentir cualquier emoción sea la que sea.